Estoy en un aeropuerto.
Da igual cuál. Lo importante no es dónde, es lo que estoy viendo.
Todo el mundo comprando. Perfumes. Alcohol. Chocolates. Bolsos.
Café de Starbucks, menú de McDonald’s, snacks carísimos.
Gente que se aburre y entonces gasta.
No porque lo necesite. Porque no sabe estar quieta.
Y no, no es placer. Es dopamina.
Esa mierda que te da una sensación de “bienestar” rápido...
...pero te roba futuro sin que te des cuenta.
La gente quema su sueldo en cosas que en 3 días ni recordará.
Y ese mismo dinero podría haberse usado como entrada para un inmueble.
Una plaza de garaje. Una reforma. Un fondo que te genere algo. Algo.
Pero no.
Lo tiran.
Y después se quejan de que todo está caro.
De que no pueden ahorrar.
De que no pueden invertir.
Claro que no puedes. Te lo comes todo. Te lo bebes. Te lo pones.
Y mientras tanto, el precio de los inmuebles sigue subiendo.
La oportunidad se va alejando.
Y pronto —esto va en serio— mucha gente no podrá comprar nada.
Ni un triste garaje.
Porque todo va a estar tan jodidamente caro que solo podrán comprar los que ya estaban dentro.
Los demás... a alquilar de por vida.
A depender. A resignarse. A ver pasar los trenes.
Así que o empiezas a construir algo ahora… o ya puedes ir eligiendo de qué forma vas a vivir atrapado los próximos 30 años.
Duro, sí.
Pero real.
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¡Felices fiestas y felices inversiones!
Charlie Hoyos - Magnates del Ladrillo